Para muchos de sus seguidores, la meditación es la técnica por excelencia de higiene espiritual. No hace falta creer en ninguna religión, ni filosofía especial. De hecho, todos meditamos sin darnos cuenta porque es un estado natural de la mente.
Lo hacemos cuando disfrutamos de un paisaje o de un paseo, al leer con gusto o cuando estamos concentrados en cualquier tarea.
Sería muy largo enumerar todos los efectos que se le atribuyen, pero quizás uno de los más valiosos sea el cultivo de la ecuanimidad respecto a uno mismo.
A través de la meditación, la idea centrada del “yo” se disipa y hace más relativa, y se adquiere la habilidad de observar la propia dinámica mental, lo que lleva a tomar decisiones con calma y acierto.
Las preocupaciones se difuminan y la persona se va encontrando cada vez más cómoda en la propia piel.
Varios estudios científicos aseguran que mejora la salud anímica y física, con lo que se reduce el riesgo de caer enfermo.
Algunas técnicas meditativas
Existe una gran variedad de técnicas para meditar, pero la más común es la práctica sentada. Lo primero que debemos hacer es encontrar un rincón tranquilo en casa y buscar un horario en el que estemos seguros de que nadie nos va a interrumpir.
Siéntate en el suelo, con las piernas cruzadas, las palmas descansando sobre las rodillas y la espalda recta. Si colocas un pequeño cojín bajo los huesos sobre los que nos sentamos (isquiones), te será más fácil mantener la posición.
Aunque ésta es la postura típica de meditación, en realidad, se puede meditar en cualquier otra: tumbados, de rodillas o de pie.
Aunque los expertos en la práctica zen dan gran importancia a que la espalda esté correctamente alineada. La atención a la postura forma parte de esta técnica meditativa y, además, evita que la comodidad induzca el sueño.
El poder de la respiración
Otra fase importante cuando meditamos, es la respiración que debe hacerse de modo despacio y profundamente por la nariz. Sentimos como el aire entra y sale del cuerpo.
Esta primera fase debe servir para relajarnos profundamente. A continuación, tenemos varias opciones, por ejemplo, concentrar la atención en una imagen, en un sonido, en movimientos corporales o en la respiración.
Muchos expertos recomiendan elegir la respiración, sobre todo a los principiantes. En ese caso, sólo tenemos que prestar atención a los movimientos respiratorios.
La mente observa cómo el aire entra lentamente por la nariz y llena, primero, la parte baja de los pulmones y, luego, la parte alta. Apreciamos los sonidos y sensaciones que produce el aire.
Después, exhalamos más lentamente aún (la exhalación debe durar el doble de la inhalación). Mientras respiramos conscientemente, la mente no dejará de producir ideas. El objetivo esencial es no hacerles caso.
Fuente: Bienestar 180